29 nov 2009

Desidia



(siento las uñas largas, no me interesa cortarlas solo quiero comentar que están largas y que se acumulan en ellas algo más que el tiempo)


Y del mismo modo dejo que pasen los días. Deseo renunciar, es imperativo hacerlo. Sé que cuando pensaste [tu problema es que no estás en ventaja y eres muy flojo para competir] lo hiciste con la lucidez ácida que se ha formado en ti como una costra a causa de tanto ojo para tanta vida. Pero no se trata de ti, ahora déjame ser yo el que hable de mi… y no porque otros hablen de mi [poco me importan si lo hacen a mis espaldas o delante mío; solo jode si una de ellas lo escucha] sino porque yo sencillamente no hablo. ¿Y para qué hablar? Si tanto se ha formado el escudo, y ya hacen que sus propios prejuicios hablen por mí. Por lo pronto jode tanto el respirar el mismo aire, el sentir las mismas burbujas transcurrir a lo largo de mis venas, jode el sentir que todo gira y que estoy desconectado. Jode el no sentir ese cosquilleo en la cabeza, jode el no escribir, el no leer, el no pensar, el reaccionar. Jode el saber el cómo, el tener los recursos para ser considerado cuando es poco o nada lo que se hace realmente.


Sí, es cierto. Me da flojera competir. Sin embargo, ellos [los de allá] creen que debo de estar más adelante. Algún día quise estarlo, no lo niego; pero ahora me da igual ser cabeza de ratón que cola de león. El estómago es centro del universo, la acidez marca el ritmo de los vientos. Hoy encallará otro ideal más ante la mirada atónita de los allá. Y a la mierda todo lo que podrán pensar…o a la mierda yo, otra vez, por pensar sin hacerlo.


Es la tentación del fracaso, el ver discurrirse la arena en entre nuestros dedos ante nuestro ingenuo intento de retener un puñado siendo indiferentes al maremoto de tiempo y obligaciones que a la larga sabemos que nos sepultará. Es el elegir la danza hipnótica de lo que sabemos terminará mal, porque todo termina mal.


26 nov 2009

Los caramelos que llevo en el bolso

A todos mis miedos los enfrento asustándolos con un miedo mayor, al que ellos también temen. El día de nuestra muerte.
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Ni me pienso Vallejo ni Heraud, pero ya imagino ese día, una tarde fría de mayo, en la semana del segundo domingo. No estaré asustada como siempre porque se viene el día de la madre, ¡oh madre! No, ese miedo no será el que ese día me asuste. Estaré en cama, adosada a mis sábanas sin poder sostener mi cabeza sobre las almohadas, estará tan pesada por la fiebre que pensaré en dejarla caer al suelo frio para sentirla más fresca. No podré hablar porque mi garganta estará destrozada de tanto vomitar, mi lengua estará reducida a un trocito de esponja desgastada, y aunque no diga palabra, mis labios estarán entreabiertos porque su sequedad me impedirá mantenerlos juntos sin hacerme daño. No podré ingerir comida, mi estomago ya no aceptará nada. Miraré amorosamente el suero nutricio que me hace pensar en mi infancia, en mi estadía en el hospital donde me operaron de apendicitis y me dejaron una cicatriz en forma de ciempiés en el vientre. Querré tocarla, recorrer específicamente su forma, sentir su superficie resbalosa; pero no podré moverme. No importará, la recordaré y sentiré alivio. Pronto darán las seis de la tarde y sabré que ese día debo morir y nuevamente me invadirá el miedo. “No quiero morir”, pensaré. Y ese será mi último pensamiento en negativo.
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Cuando tengo miedo, pienso en un miedo mayor, y luego sonrío con una sonrisa que es mueca angustiada. Aprieto los puños y quiero correr, pero no corro; miro con cariño el bolso q siempre me acompaña y extraigo el caramelo que durante el día me dará paz.

4 oct 2009

El día que terminé con Freud



Faltaba media hora para la cita y desde donde me encontraba el recorrido duraba 1 hora. Se me había hecho tarde – otra vez –. Podía tomar un taxi, pero no keria. Simplemente ese día no tenía el menor deseo de tomar la ruta de todos los viernes, pararme frente a su consultorio, tocar el timbre, esperar que me abriese la puerta, pasar a la salita, sentarme y después de media hora de rodeos, exponer mis heridas para que mirase dentro de ellas, hurgase en sus formas y elucubrase con qué arma punzante habrían sido realizadas, que lanzara las hipótesis sobre las endebles cicatrices. No quería. Estaba cansada, sobre todo hastiada.


[Vivimos en un mundo de signos, todo puede ser interpretado. Pero la posibilidad que es amena, ella la empujaba a la obligación asfixiante. Que cargase siempre con muchas cosas en mi bolso para ella era símbolo de que me era difícil desprenderme o que de todo quería hacerme responsable, cargar el mundo a mis espaldas. Que soñase con pilares que caían, mi temor a no ser protegida. Que permaneciese con unos lentes cuyas lunas estaban rayadas y se notasen claramente desgastados y que no me preocupase en cambiarlos, ella decía que era mi resistencia a ver el mundo con claridad. Que llegase tarde a las consultas, ella consideraba que era mi subconsciente manifestando desinterés en querer ir (en eso podríamos conceder un grado de verdad). O tal vez tuvo razón en todo, pero y QUE. Inicialmente bajo mi emblemática teoría de apretar la herida hasta que de tanto doler, el organismo lo asimile y finalmente ya no duela, fui a cada sesión. Pero no ocurría así. Seguía doliendo, doliendo y doliendo. Un día ella se dio cuenta de mi incomodidad y me dijo: “tal vez sería mejor que detuviéramos la sesiones, últimamente no presentas nada nuevo qué contar, se ha vuelto rutinario esto”. Lo mismo que estuve pensando, pero se sintió feo que ella tomase iniciativa. Me asusté. Me sentí terriblemente mal. Había aburrido a mi sicoanalista. Maquinalmente inventé algo para contárselo, le di un nuevo giro a nuestra relación. Ella quedó prendada. Y seguimos con la terapia. En la siguiente sesión fui decidida a terminar con ella. Sabía muy bien lo que le diría: “Lo lamento Freud, pero si la terapia no me ayudará a liberarme del dolor y solo pretendes darme herramientas para ser menos infeliz, pues olvídalo, ya no quiero seguir con esto”. Me sentía convencida de que hacía lo mejor y algo en mí bailaba al son de la canción “freedom”.]


Llegué tarde, me invitó a tomar asiento y se dispuso a escucharme. Se me atoró la lengua y antes de articular palabra, estallé en llanto. Casualmente lloraba en mis sesiones, ella no se mostraba sorprendida. Pero esta vez mi llanto era más intenso y constante. “Estás bien?” preguntó. No recuerdo exactamente lo que yo respondí. Nunca me gustaron las despedidas, nunca fui buena aceptando separaciones. Eso de tú por tu lado y yo por el mío, no es mi modus operandi. Al irme la abracé y habituada a ser lo que soy, animal de costumbres, le dije: “podría buscarte pasado un tiempo?”


Han pasado dos meses y yo y mis manías vivimos un tórrido e insano romance. Lo lamento, pero no te extrañamos Freud.

12 sept 2009

El carro de Meteoro


Pensar en ir todo Javier Prado a las seis de la tarde, me estresó. El sempiterno tráfico de esa avenida no es atractivo a menos que no tengas el menor apuro, encuentres asiento libre y lleves algo que leer, para jugar, comer o simplemente dormir. Incluso si quieres conversar con alguien que te es esquivo. El tráfico de la avenida Javier prado puede ser un perfecto cómplice. No tendrás privacidad ni absoluto silencio, pero sí estarás atrapado en medio de un paréntesis temporal, todo en completa quietud. Nada se moverá durante más de una hora. Si llueve, tendrás una linda vista de las calles enjuagadas por la lluvia. Pero, eso será si tienes tiempo, si no será el infierno escenificado en una tortura interminable de una hora o más. No quise eso, me sentía con ánimo de llegar pronto a casa, y si no pronto, al menos quería una ruta que fluyese, sin congestión y q me hiciese la ilusión de estar cada vez menos lejos. Opté por Salaverry y fue así como me subí al carro de Meteoro.

Cuando apareció casi se pasa de largo, dudó en detenerse ya que la luz verde estaba en sus últimos segundos. Pero finalmente se detuvo. Y exactamente cuando mis dos piernas ya estaban en la escalerilla, arrancó nuevamente. Me golpee contra una baranda y para no caer me sostuve de un asiento. Miré al conductor con odio, él volteó y me sonrió despreocupadamente. Algo no estaba bien en esa sonrisa. Temí. La luz cambió a roja. Pude sentarme y darme un minuto en evaluar bajarme de ese carro. Pero la tentación de la velocidad fue grande. Podría llegar más rápido a mi casa, pensaba. Antes de seguir pensándolo, la luz volvió a verde y ya estábamos tomando posesión de unas callecitas por donde entraba el carro a toda máquina. Las calles eran estrechas, él irrumpía en ellas. Aparecían de más en más las curvas, él las sorteaba en pleno vuelo acariciando las paredes de las casas colindantes. Y nosotros las pasábamos con el estomago de lado a lado, equilibrando el lado al que el carro tendía en medio de sus diestros quiebros. En solo unos minutos avanzamos prodigiosamente por obra y gracia del osado conductor y doblando la última curva de una callecita salimos a dar a la Av. Universitaria. Fue ahí cuando alcanzamos un carro de la misma línea. Pasajeros abordo palidecimos.

Meteoro no se detenía en los paraderos. Toda la izquierda, decía el cobrador; y el Meteoro obraba. Avanzábamos avanzábamos y avanzábamos. Aparecían mas carros, pero Meteoro no dejaba de acelerar y se metía en carriles ajenos a velocidades inquietantes. Ya era demasiado tarde para pensar en bajarme, ya no lo pensaba, mi único pensamiento era en realidad un sentimiento: angustia. La señora que estaba sentada en el asiento de adelante sin mayor resguardo que un cinturón de seguridad averiado no dejaba de gritarle al conductor “¡Ud. cree que lleva costales de papa!”. Dos más se quejaban y le pedían disminuyese la velocidad. Pero Meteoro era solo una sonrisa extraña y ojos impasibles. Su cerebro iba sobre ruedas. Después de veinte minutos de aventura, dos pasajeros pidieron bajar, y Meteoro no se detenía. Diez minutos después cuando había dejado suficientemente atrás al otro carro de la misma línea, se detuvo para dejarlos huir.

Próximos a mi paradero, avisé al cobrador y lo repetí tres veces por si el cerebro automovilizado no me hubiese oído. No valió de nada, no quería aproximarse a la derecha. El número de vehículos que se aglomeraban a la altura del centro comercial esperando subir la mayor cantidad de gente posible no se le hizo atractivo a Meteoro. El cobrador abrió la puerta y a la distancia de un carril hacia los límites de la pista, (sí, los límites de la pista, no el paradero en sí mismo, eso estaba a una distancia de 10 custers hacio adelante aproximadamente) me dijo que bajase. Sobre ese carril, que hacía ahora de paradero, venia más atrás el carro de la misma línea que antes dejamos atrás y ahora nos alcanzaba, y más atrás otros vehículos. Entre bajar en medio de la pista o permanecer en ese carro, opté por la primera opción. Pero antes, salí de mi mutismo que me acompañó todo el camino y descargué rabia contra ese par de cerebros embadurnados en aceite y rellenos de gasolina. Ellos no parecieron inmutarse. Y Meteoro simplemente sonreía despreocupadamente.

Hasta la fecha (empecé a ver todas las noches la sección de policiales en las noticias) la felicidad de Meteoro continua. Habla, subes?


4 ago 2009

Ya visitaste el VII SALÓN NACIONAL DE ESCULTURA – ICPNA?

Entre las artes visuales, la escultura aventaja a las otras por una fuerza particular. La premisa anterior se actualiza cuando se presenta alguna muestra interesante en nuestro, cada vez menos reducido, circuito de galerías; se hace realidad en el salón nacional de escultura que este año ya va en su séptimo número.
La propuesta conceptual y estética de cada uno de los artistas seleccionados destila energía ("Wawa horses" de Eduardo Guerra), desata sorpresa ("Jugando a los robots II" de Walter Alcarraz), y te golpea con una verdad incómoda (sea el caso de "La sociedad" de Deyvi Wong, "Crisis" de Raura Oblitas, "Madre" de Gabriela Rubio, "Bandera II" de Gabriela Flores, "Teletransmutación" de Jorge Vigo).
Y no me detengo en el ganador de este año, la mayoría de notas realizadas sobre esta muestra ya lo han tratado.
Variedad entre conceptos, contrastes entre las texturas de los materiales empleados, formas y ensambles que en armonía se encuentran. En su conjunto, este salón es una muestra que no deberías dejar de ir a ver.

Lugar: En la galería Juan Pardo Heeren (Sede ICPNA de Centro de Lima).

Tiempo que te queda para ir a ver: Termina este 16 de agosto.

*-* Quise acompañar este apunte con un par de fotos de la muestra, mas no llevé la cámara. Te ofrezco los dibujos que hice de mi visita.

1 ago 2009

Con el dinero que no tengo y el tiempo que me falta, me fui de viaje



EL MITO DEL SOL QUE QUEMA
Salir de la cama es un reto, ¿cómo desprenderse de lo calientito de las cuatro frazadas que están sobre mí? Lentamente. Como quien pela una tuna. El frio tiene espinas. No debí quitarme el pantalón, ahora está helado. No debí quitarme la chompa, está tan fría que parece estar mojada. Tampoco debí quitarme los lentes. Cuando pienso que casi traigo short, me dan ganas de reirme. Me rejuraron que hacía mucho calor. Un sol intenso que quema, me dijo mi padre. Mi madre me dijo que si me ponía a la sombra sentiría frio así que mejor llevase chompas. Esta vez le hice caso a mi madre. Es su pueblo así que ella debía de saber.

La cabeza me duele de frío. Pienso que debí quedarme en Lima, a pesar de todo, aunque todo.

ME GUSTA LA VISTA DE MI HABITACIÓN
Al abrir mis ojos, un cielo azul con nubes blancas, grandes y gordas. Es lo primero que veo al despertar, mi cama está pegada a la ventana y la ventana no tiene cortinas. Al sentarme, tres grandes cerros habitados por pinos y eucaliptos y otros árboles que no sé reconocer. Al ponerme de pie, mis vecinos. Una ya está lavando su ropa, otro se ha levantado recién y está lavándose, y otro, un poco más lejos, mira hacia mi ventana. Podría saludarlo, pero eso irrumpiría esta calma. Me pregunto si esta cercanía entre las casas deja alguna idea de privacidad. No importa. Me gusta la vista de mi habitación. En la noche, el cielo es estrellas. Se está bien aquí.

A LIMA VAN LOS QUE TIENEN SUERTE
Son días de fiesta. Este es el Chinchaysuyo, dice a viva voz el presentador de la ceremonia del Intiraymi. El inca es Reinaldo Arenas, grita nuevamente el presentador. Habrá verbena en la plaza, vendrá Sonia Morales. Y ya viene Susy Díaz y Silverio Urbina, en el coliseo de Ripán, anuncia. Y el gran bingo organizado por los hermanos de la caridad para el templo del señor de Agocushma, colabore, a solo un sol minutos antes del apagón. No se pierda la corrida de toros en la plaza de Dos de Mayo.

Son días de alegría, son días de comercio. La gente se mueve del mercado a la plaza, de la plaza al mercado. En el transcurso del camino, el malecón. Ahí encuentro a dos danzantes de tijeras. Él es de Apurimac, ella de Huancavelica. Él es dicharachero, el que entre acto y acto, habla y juega con el público. Ella lo deja hablar. Baila y actúa según lo programado. Me agrada. Al final del acto, después de que él ha prometido que tragará un cuchillo de aproximadamente cuarenta centímetros y no lo hace entretanto que habla y vacila a los mirones, pienso en acercarme y conversar con ellos. Es un poco incómodo ya que minutos antes discutí con el danzante de Apurimac y con el representante. Igual me acerco. Él es Aycha y ella Diabla (Supay). Se presentarán nuevamente mañana temprano, pero no llegaré a verlos. Ella se me hace conocida. Le pregunto si ha estado alguna vez en Lima. La respuesta que me da es simple: “A Lima van los que tienen suerte”.


EL MANANTIAL DE MI MADRE



Salomón es un conductor con experiencia. Nos cuenta cómo por ese caminito tan angosto ha caído un carro ayer, y el mes pasado, otro. Me angustia. Se ríe y explica que esos eran conductores torpes. El carro sube. Después de media hora, llegamos. Cochabamba está en lo alto de un cerrito, y una vez que llegas ahí, ya todo es plano, a manera de pampa. De la casita de mis abuelos solo queda el polvo y dos sauces que la escoltan. Gelmopunto y Hualshpunto, los cerros que acompañan esta vista de postal. Pablito asegura que esos cerros conversan en las noches.

Antes de regresar a Dos de Mayo, nos paseamos en todo ese pasto verde que hace añales era la chacra de mis abuelos. Caminamos un poco hacia la derecha, y estamos al borde de la pampa y hacia abajo la pendiente que se deja transitar, no es demasiado inclinada. Si bajas un poco por esa pendiente llegas a un manantial. Es el manantial de mi madre. Boto el agua que hay en mi botella, y lo lleno de esa agua distinta. Cuando llegue a Lima se la daré. (Cuando llegué a Lima se la di, y como pocas veces la vi emocionada).

Regresamos a sentarnos en la ladera y desde ahí veo lo que ella debe haber visto. Me llama la atención una viejecita que está sentada a unos metros de nosotros, nos mira, y cuando yo la veo ella deja de hacerlo. Mi tío comparte conmigo los recuerdos que este sitio le trae. Entre otras cosas, recuerda el último día en que mi abuela los llevó al colegio. Después de eso ya no la volverían a ver. Al salir de la casa de una vecina, mi abuela no caminó mucho antes de caer al suelo, empezar a gritar de dolor y vomitar espuma. Ya no se levantó. Lo único que quedó en claro de las investigaciones, es, que esa mañana, ella tomó desayuno en la casa de esa viejecita que, allí sentada, ahora me miraba.
...
(Mi dulce madre me preguntaría, cuando llegase a Lima, si la vieja esa era desgraciada. Le dije que sí).

DIA DE CORRIDA


Vuelvo a encontrar a los danzantes en la corrida. Después de media hora de toros y vaquillas, corroboro que ese arte no me gusta. No los matan, ni siquiera las tocan, la idea es evitar ser corneado,… pero igual, no me gusta. Me es grato ver ahora a los danzantes. Volver a ver a Diabla. Cuando pasa cerca a mi familia aprovecho para tomarle una foto, ella se queda quieta y sonríe. Es mi último día aquí. Y, sí, llegó a salir el sol, y quema en las tardes si no estás en la sombra. La mayor parte del tiempo sigue haciendo frio, pero ya no lo siento tanto. Además el frio no mata. La tristeza tampoco.

Me voy a Lima, y aunque extrañaré este pueblo, siento que tengo suerte.

31 jul 2009

Abominable


¿Y si realmente apesto? Sería comprensible la seriedad de los otros, o el que mis eventuales compañeros en los haciendo de a dos en la combi se cambien a penas tengan oportunidad. O tal vez se deba a mi gordura que la gente se incomoda de estar a mi lado. Si debe de ser eso. Desde lejos, tal vez, las miasmas de mi hedor infecta y afecta el mundo que se esconde en las fosas nasales de los demás limeños.
Puede ser que el olor vaya más allá de los límites de mi cuerpo y se haya impregnado en mi bella Lima, ¿acaso no nos hemos detenido alguna vez en la calle, solo por curiosear, a ver los rostros de los viandantes? Todos caminan amargados, jodidos, ¡y somos feos!. La preocupación contrae nuestra cara, las arrugas son más nuestras que otras cosas (a la mierda los apellidos)… Pero no, no puedo ser tan importante. No se debe a mi hedor, tampoco a mi figura extraña, a mi rostro deforme tan igual al de todos pero al mismo tiempo desesperante. No.
Tal vez soy [somos] ahora uno de los herederos de la penurias de Lima. Por [desde] mi [nuestro] cuerpo circulan las desesperanzas, las decepciones y limitaciones de todos. Soy [somos] la epítome de todo lo que nos rodea, secundarios todos. Un hombre como todos que ha heredado con todos la lucidez de saberse jodido y jodedor. Como todos los somos. El hedor de los fracasos se entiende sobre nuestras cabezas, totalmente gris y absoluto. Sí, simplemente abominable.

25 jul 2009

El maistro Quintín

h

2:00 p.m.
O lunes o martes, hasta sábado a veces. Suena el timbre. Abren las puertas de sus aulas, los alumnos salen a empujones y amenazándose groseramente, corren al comedor con sus tripas al borde de la desesperación. Se sientan en las mesas cuadradas, mientras que los profesores ocupan la mesa redonda del fondo.
Los educadores dejan sus maletines en el suelo y ordenan con educación su ración de comida. El maistro Quintín llega tarde, el lugar repleto, las charolas de aquí para allá; así que no queda otra que sentarse en las mesa de los colegas, donde siempre tiene un lugar reservado.
Una vez servidos los platos, se da inicio al mismo diálogo de todo los días.

- ¿Qué le parece el programa curricular anual propuesto para el próximo año?
- …
- ¿Cómo está manejando sus indicadores?
- …
- En la jornada técnico – pedagógica pasada…
- …
- Fui a la capacitación, firmé y me fui: tenía plancito.
- …
- …Que debe buscar nuevas estrategias…
- …
- Profesores, a la salida nos quedamos para resolver la pérdida del lapicero rojo del alumno Fulano De Tal
- …

El maistro Quintín come y requetecome. Su corbata más ajustadísima que nunca.

- Los Caribeños de Guadalupe tocarán en el 7055 por el día del maestro ¿vao profe? De la pollada nos pasamos empiladazos con las malcriadas…
- …
- ¿Sus unidades y registros? El colegio no imprime, es su responsabilidad.
- …
- ¡Descuento!
- …
- Habría que homogenizar nuestros instrumentos de aprendizaje…
- …

En medio de esas voces surge una que va directamente hacia Quintín:

- ¿Y profe Mengano? ¿Se presenta al concurso de plazas? Usted es joven.

Era su coordinador, el amo y señor de la pedagogía. Magister en el decomiso de mochilas a quienes no le cumplían con la tarea. Con estudios en Europa sobre técnicas para jalar orejas sin dejar marcas, además de llevar un taller creativo de cómo convertir cualquier objeto del aula en un instrumento de tortura. No cabía duda de que era un tipo preparadísimo para ejercer la profesión.

- No puedo. No soy profesor – contestó Quintín con la comida aún en la boca.
- ¿Que no?
- Yo he estudiado Literatura.
- ¡Claro, hombre! ¿En la Cantuta?
- No
- ¿En algún pedagógico?
- No
- ¿Entonces dónde estudió?
- En el CULP
- ¡Vaya! El Círculo Único de Literatos del Perú.
- Sí
- ¿Quién enseña diseño curricular allí? De repente es amigo mío.
- ¿Cómo?
- ¿Y Corrientes Pedagógicas Contemporáneas?
- ¿Ah?
- ¿En qué ciclo llevan antropología educativa?
- Yo he estudiado literatura.
- Pero por eso, profe Mengano, es usted un profesor.
- …
- ¿Profe Mengano?
- …
- ¿Profesor?
- …
- Sí, lo soy – dijo Quintín. Y sonó el timbre.

Pero si no hubiese sonado el timbre anunciando el regreso a las aulas, Quintín tampoco se hubiese molestado en explicar su profesión, en precisar detalles. ¡Qué flojera! Tampoco le habría dicho que no le gustaba lo de Profesor Mengano por considerarlo irreal, aunque también hubiese resultado inútil decirle que su verdadero nombre era Quintín. Ese no era el nombre de un profesor.
Quintín agregó a todo ello el hecho de que se acercaba fin de mes, razón suficiente para velar su identidad y no entrar en problemas ni debates con nadie en pos de un pago puntual y completo. Así que él, el maistro Quintín – como gustaba denominarse para ser justo consigo mismo - subió al aula que le correspondía y a sus alumnos los saludó con la careta que tenía para marzo a diciembre hasta las 4:00 p.m., la de profesor, profesor, el peor de todos.

Lo que ella no sabe de mí…


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Había llovido todo el día, pero insistió en salir. Conseguir el permiso, no fue fácil; regresar resultó más difícil. Más difícil cuando el último trecho que quedaba entre la casa y ella era el más empantanado. durante todo el recorrido procuró seguir por los caminos secos, pero ahora ese lodazal que aparecía atentaba contra ella. Temía llegar a casa con los zapatos sucios. Mancharía la alfombra de mamá.
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Se quitó el calzado, iba a dar el primer paso y de pronto pero si viera mis medias sucias, ella no me lo perdonaría jamás… Se quitó también las medias. Con los pies desnudos caminó sobre el terreno enlodazado, sintió el barro frío untarse en su empeine, colarse entre sus dedos, penetrar en sus uñas… y sonrió.
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Podré manchar mi cuerpo y ella no tendrá por qué enterarse. Hay cosas que ella no tendrá cómo enterarse.
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Pensó en lo bueno que sería llegar a casa. Fantaseó con sentarse a la mesa a disfrutar de la cena caliente que Eduviges tendría ya lista a servirse señora y comer despacio como ya le habían enseñado, no olvidándose de usar el cuchillo separando bien en pequeños trozos. Y cada vez que tuviese que cortar un nuevo trocito, estirar un poco los pies embarrados cubiertos por las finas medias y los zapatitos negros y rozar a su madre y Cathy siéntate bonito, niña, no es hora de estar jugando… Y a pesar del regaño, sonreirle. Y saber que, aunque su madre no pueda sentir, tras medias y zapatos, el divino barro que lleva, allí está y la ha manchado... Y solo yo lo sé.
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Al mal paso darle prisa

Empecemos con las papas y los camotes, dijo Quintin. Sale y vale, respondió Agnes. Y el Abominable dijo, será pues (bueno, el Abominable no dijo nada pues aún no sabe, pero conociendolo fácil q eso diría).

Arrancamos con "mi identidad secreta", esa partecita de nosotros q ocultamos para nuestro pesar y para nuestro deleite. Ya saben, cada quien, a su manera.

24 jul 2009

LOS ORÍGENES

Seudomanifiesto chacrita

Hace meses me acechaba la idea de tener un blog. El último fin de semana me ponia a revisar lo q escribo de vez en cuando y pensaba "esto nunca lo voy a corregir ni haré nada con ello si lo sigo aki guardando" y pensé nuevamente - (ohhh pensé) - que podía echarlos a la chacrita virtual como quien saca a pasear a los perros y le devuelve sus piedras al mar.

De más en más quería yo también rinconcito donde colgar mis chivas y ser omnipresente mediante la divina gracia de la red. Eso de ir guardando los apuntes para luego revisarlos con calma y publicar para la posteridad ya empezaba a olerme a pensamiento rancio. Además que posteridad tal vez no haya si la frecuencia de los accidentes que me arriban persiste en hacerse constante.

La última vez que casi me atropella una camioneta, pensaba en ser parte de esta gran chacra que es el mundo de los blogs, Pero también pensaba en que hacer un blog de uno, no era para mí. Eso de escribir solo en mundo tan ancho como ajeno, se me hizo triste como irse a chupar solo solito. Me gusta conversar, departir con alguien siempre es paja. En blog de uno, pensaba (una vez que empiezas a pensar es difícil detenerse), será monólogo eterno. Prefiero el diálogo, miradas diversas. Pero tampoco un caleidoscopio cruzado. Que por algo los cangrejos se cruzan con los cangrejos. Así que en lo mínimo pero necesario los coautores debían ser similares, próximos pero distintos. Para poder conversar pero no matarnos. Además y sobre todo, prefiero el diálogo para no aburrirme de mí misma.

Así que comentando a unos amigos (ofreciendo primero, pidiendo per favore después) logré animar a dos camaradas a ser parte de un blog en sociedad. Les hice una propuesta que no pudieron rechazar. El principio básico es escribir con placer y por placer, por ende no podían faltar sus dos pilares: libertad y divertimento. Escribir porque nos gusta, porque en otros casos disgusta y a veces porque jode no poder hacer otra cosa. Porque el placer todo eso involucra, la euforia y dolores sustanciales.

A parte del placer propio, también buscamos el ajeno, queremos que quienes pasen por aquí también se diviertan con nuestro divertimento. Pero todo con calma. Como buena chacrita, buscamos buena producción; pero si se dan piedras o hasta rocones, normalazo. Ya os dije, lo importante es divertirnos, y para eso los errores también son buenos, quizás los mejores. Si te levantaste con la pata izquierda y todo te sale mal, chequeanos un rato pa que te despejes y veas que errar es divino.

Escribiremos de todo un poco. Desde piñas hasta fresas, pasando por papas y camotes. ¿A raíz de qué escribiremos? Se planteará quincenalmente, en turnos alguno de los tres da el tema y cada qien escribe lo q quiere sobre ese tema, la forma que mejor le acomode, y si kiere dialoga con el artículo del otro o lo contradice o simplemente no lo ve, será un prisma, cada qien tiene su ángulo. El hilo del diálogo lo reconstruirá el lector Ariadna.

Confío en una larga vida para la chacrita. Como le dije a Abominable, “tenemos una buena combinación creo, tú pragmático, yo dramática y Quintin escribe bien”. Y si no duramos mucho, pues qué importa, lo que siempre importará será disfrutar cada minúsculo momento, como ya lo dije, con placer y por placer.