
Salir de la cama es un reto, ¿cómo desprenderse de lo calientito de las cuatro frazadas que están sobre mí? Lentamente. Como quien pela una tuna. El frio tiene espinas. No debí quitarme el pantalón, ahora está helado. No debí quitarme la chompa, está tan fría que parece estar mojada. Tampoco debí quitarme los lentes. Cuando pienso que casi traigo short, me dan ganas de reirme. Me rejuraron que hacía mucho calor. Un sol intenso que quema, me dijo mi padre. Mi madre me dijo que si me ponía a la sombra sentiría frio así que mejor llevase chompas. Esta vez le hice caso a mi madre. Es su pueblo así que ella debía de saber.
La cabeza me duele de frío. Pienso que debí quedarme en Lima, a pesar de todo, aunque todo.
ME GUSTA LA VISTA DE MI HABITACIÓN
Al abrir mis ojos, un cielo azul con nubes blancas, grandes y gordas. Es lo primero que veo al despertar, mi cama está pegada a la ventana y la ventana no tiene cortinas. Al sentarme, tres grandes cerros habitados por pinos y eucaliptos y otros árboles que no sé reconocer. Al ponerme de pie, mis vecinos. Una ya está lavando su ropa, otro se ha levantado recién y está lavándose, y otro, un poco más lejos, mira hacia mi ventana. Podría saludarlo, pero eso irrumpiría esta calma. Me pregunto si esta cercanía entre las casas deja alguna idea de privacidad. No importa. Me gusta la vista de mi habitación. En la noche, el cielo es estrellas. Se está bien aquí.
Son días de fiesta. Este es el Chinchaysuyo, dice a viva voz el presentador de la ceremonia del Intiraymi. El inca es Reinaldo Arenas, grita nuevamente el presentador. Habrá verbena en la plaza, vendrá Sonia Morales. Y ya viene Susy Díaz y Silverio Urbina, en el coliseo de Ripán, anuncia. Y el gran bingo organizado por los hermanos de la caridad para el templo del señor de Agocushma, colabore, a solo un sol minutos antes del apagón. No se pierda la corrida de toros en la plaza de Dos de Mayo.
Son días de alegría, son días de comercio. La gente se mueve del mercado a la plaza, de la plaza al mercado. En el transcurso del camino, el malecón. Ahí encuentro a dos danzantes de tijeras. Él es de Apurimac, ella de Huancavelica. Él es dicharachero, el que entre acto y acto, habla y juega con el público. Ella lo deja hablar. Baila y actúa según lo programado. Me agrada. Al final del acto, después de que él ha prometido que tragará un cuchillo de aproximadamente cuarenta centímetros y no lo hace entretanto que habla y vacila a los mirones, pienso en acercarme y conversar con ellos. Es un poco incómodo ya que minutos antes discutí con el danzante de Apurimac y con el representante. Igual me acerco. Él es Aycha y ella Diabla (Supay). Se presentarán nuevamente mañana temprano, pero no llegaré a verlos. Ella se me hace conocida. Le pregunto si ha estado alguna vez en Lima. La respuesta que me da es simple: “A Lima van los que tienen suerte”.
EL MANANTIAL DE MI MADRE
Salomón es un conductor con experiencia. Nos cuenta cómo por ese caminito tan angosto ha caído un carro ayer, y el mes pasado, otro. Me angustia. Se ríe y explica que esos eran conductores torpes. El carro sube. Después de media hora, llegamos. Cochabamba está en lo alto de un cerrito, y una vez que llegas ahí, ya todo es plano, a manera de pampa. De la casita de mis abuelos solo queda el polvo y dos sauces que la escoltan. Gelmopunto y Hualshpunto, los cerros que acompañan esta vista de postal. Pablito asegura que esos cerros conversan en las noches.
Regresamos a sentarnos en la ladera y desde ahí veo lo que ella debe haber visto. Me llama la atención una viejecita que está sentada a unos metros de nosotros, nos mira, y cuando yo la veo ella deja de hacerlo. Mi tío comparte conmigo los recuerdos que este sitio le trae. Entre otras cosas, recuerda el último día en que mi abuela los llevó al colegio. Después de eso ya no la volverían a ver. Al salir de la casa de una vecina, mi abuela no caminó mucho antes de caer al suelo, empezar a gritar de dolor y vomitar espuma. Ya no se levantó. Lo único que quedó en claro de las investigaciones, es, que esa mañana, ella tomó desayuno en la casa de esa viejecita que, allí sentada, ahora me miraba.
DIA DE CORRIDA
Vuelvo a encontrar a los danzantes en la corrida. Después de media hora de toros y vaquillas, corroboro que ese arte no me gusta. No los matan, ni siquiera las tocan, la idea es evitar ser corneado,… pero igual, no me gusta. Me es grato ver ahora a los danzantes. Volver a ver a Diabla. Cuando pasa cerca a mi familia aprovecho para tomarle una foto, ella se queda quieta y sonríe. Es mi último día aquí. Y, sí, llegó a salir el sol, y quema en las tardes si no estás en la sombra. La mayor parte del tiempo sigue haciendo frio, pero ya no lo siento tanto. Además el frio no mata. La tristeza tampoco.
Me voy a Lima, y aunque extrañaré este pueblo, siento que tengo suerte.
2 comentarios:
qué bonito, vete más seguido de viaje para que sigas escribiendo cosas así
Particularmente llegue sin saber exactamente donde estaba, no pregunte tampoco a donde ibamos, guiado unicamente por la emoción de viajar y por un par de ojos que me hacian creer todo, en medio de una extraña confusión, entre nieve y salidas de sol, pues el camino tardo más de la cuenta, me encontre en La Unión.
Algunas veces pensamos en cuanto nos perdemos viviendo de prisa nuestra vida, corriendo para llegar temprano, subiendo y bajando de buses, comparado a toda la paz de alla, los paisajes interminables, quisiera volver.... algún día.....
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